Jorge Gómez Barata
Con el estilo directo y la franqueza que lo caracteriza, al asumir la presidencia de Cuba Raúl Castro aclaró: “No he sido electo para liquidar el socialismo sino para consolidarlo”. Esa profesión de fe preside el proceso de reformas que tiene lugar en la Isla, bautizado como “Ajuste del modelo Económico” que, como todo el mundo sabe, no puede ser exclusivamente económico. De los conjuntos tratan las estrategias.
Si tal como se espera las reformas en marcha resultan atinadas y la masa de trabajadores (unos 500 000) que en los próximos meses dejarán sus empleos en la economía estatal para reorientarse hacía un sector privado emergente, obtuvieran éxito, se abriría un camino sin retorno hacía cambios sustantivos en la sociedad cubana.
El escenario previsible sugiere que en un breve período se modificará el status de una parte de la población de la isla y asomará un nuevo modelo económico y social basado en una combinación de la economía estatal y privada. A ello debe añadirse que una vez concluido el reparto de las tierras ociosas, en el campo el Estado cederá la hegemonía económica.
De ese modo, sobre la base de políticas auspiciadas desde arriba y por tanto no impugnadas, se modificará no sólo la faz, sino también la estructura de la sociedad cubana, se alterarán algunas correlaciones internas, se matizará el perfil de las relaciones de producción y se reestructurará la sociedad civil. Es preciso saber que: el éxito de las reformas es el fin del status quo actual.
En los próximos meses, en la medida que el país se adentre en las reformas, seguramente el Estado, que las promueve y administra, aplicará una lógica de “explotar el éxito” y apoyar al corredor más adelantado, flexibilizando trabas e introduciendo correcciones e iniciativas para facilitar su realización. Nadie debe esperar que el Estado que auspicia el trabajo por cuenta propia, la creación de micro empresas y cooperativas y crea miles de usufructuarios de tierra, haga la política y la anti política, sino todo lo contrario.
Ese proceso que conceptualmente no entraña una reivindicación del capitalismo ni es el fin del socialismo, inevitablemente introducirá cambios que afectaran no sólo al comercio al detalle, la producción agrícola y la eficiencia de algunos servicios, sino que modificarán la estructura clasista de la sociedad, creará estratos de consumo y tendrá un impacto sobre la conciencia social en su conjunto. Cuando las reformas triunfen habrá nuevos paradigmas y aparecerán otras tensiones.
Si bien un porcentaje mayoritario de los trabajadores que ahora pierden sus empleos son personas comprometidas ideológica e institucionalmente con el proceso, que se beneficiaran con las oportunidades creadas, no debe pasarse por alto de que otras del mismo perfil, por diferentes razones no lograrán readaptarse y percibirán los cambios como hechos negativos.
Tampoco debe omitirse el dato de que los cubanos menores de sesenta años, no han lidiado con empleadores privados y jamás han participado en negocios, carecen de habilidades gerenciales y no cuentan con estructuras que los asesoren y los protejan en esos cometidos. No hay en Cuba nada parecido a los organismos y las políticas que en muchos países, incluso desarrollados, favorecen el autoempleo y apoyan las pequeñas y medianas empresas.
Del mismo modo que los individuos no están preparados para los nuevos desafíos, tampoco lo están las entidades estatales y lo que es peor: las mentes de unos y otros.
Desde fuera de los circuitos donde se diseñan los procesos y se toman las decisiones, sin conocer el alcance de las estrategias, es imposible especular acerca de cómo harán las instituciones cubanas, no sólo para asimilar tales cambios, sino para conducirlos. Los nuevos actores económicos y sociales, surgidos al amparo de las políticas públicas no serán parte del Estado, sino interlocutores legítimos. Los órganos de poder deben adaptarse a esa idea.
Institucionalmente se perciben señales positivas. Por ejemplo la organización que agrupa a los cooperativistas agrícolas y a los campesinos, por estar habituada a tratar con propietarios privados, rápidamente adelanta medidas para asimilar en sus filas a quienes han recibido tierras. Así de un modo natural, los nuevos productores privados se integran a estructuras socialistas.
Del mismo modo que el Partido Comunista un día abandonó el ateísmo y abrió sus filas a los creyentes, lidiará también con militantes que impulsan el sector privado, los mismos que permanecerán en las organizaciones de la sociedad civil y accederán a las estructuras de poder gubernamental constituidos por los órganos del Poder Popular.
Doy por seguro que las reformas que paulatinamente se introducen, forman parte de un diseño general que si bien debe ser lo suficientemente flexible para introducir correcciones desde la marcha, incluye una estrategia de largo aliento que vincula las medidas económicas con los correspondientes ajustes en el sistema político, que haga coherente y equilibre todas las estructuras sociales y permitan a todos los actores actuar en función de esa estrategia.
Percibidos en conjunto, en tiempo real, en plazos razonables y bajo la presión del bloqueo norteamericano; los cambios en marcha en Cuba, acompañados de la necesaria transparencia, del perfeccionamiento de las instituciones estatales y sociales, incluyendo la creación de mecanismos de control social del poder, de lo cual la recién creada Controlaría General de la República es un avance, crearan un modelo de sociedad que puede ser no menos, sino más democrática, más transparente y más socialista. Allá nos vemos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario