jueves, 7 de octubre de 2010

LAS BOMBAS Y LA PAZ

Jorge Gómez Barata

Las alertas de Fidel Castro respecto a la posibilidad de que una agresión israelo-norteamericana a Irán o un conflicto en la península de Corea desaten una guerra nuclear, coincidentes en fecha con los aniversarios de los bombardeos atómicos a Hiroshima y Nagasaki, hicieron correr las tintas respecto a las razones y las circunstancias que dieron lugar a la fabricación de las primeras bombas atómicas y a sus creadores.
La historia atómica está indisolublemente mezclada con la II Guerra Mundial y sus protagonistas originales fueron el presidente norteamericano Franklin D. Roosevelt, el físico Albert Einstein y una activa y sacrificada élite científica judía, antifascista, socialista y sionista. Una pléyade de hombres que no reclamaron honores ni prebendas y actuaron al margen de las ideologías y del dinero.
Cuando en 1932 llegó a los Estados Unidos, Albert Einstein era el más prestigioso y conocido de los científicos vivos, el más activo de los pacifistas, un socialista convencido, el sionista más influyente y el judío más respetado del mundo, aunque sus aportes acerca de la relatividad, el espacio, el tiempo y la curvatura de la luz fueran ininteligibles y sin utilidad práctica visible. Nunca antes ni después un sabio fue tan popular.
Temido por Hitler, que no le permitió regresar a su país, adorado por la comunidad científica y respetado por los cuatro presidentes norteamericanos que lo trataron: Herbert Hoover, Roosevelt, Truman e Eisenhower, el sabio alemán nacionalizado suizo y luego norteamericano, era estrechamente vigilado por Edgar Hoover, Director de FBI, que lo consideraba sospechoso de ser espía ruso o alemán. En verdad nunca sirvió a gobierno alguno ni hizo otra cosa que crear y despejar ecuaciones.
Como mismo ocurrió con otros miles de científicos y profesionales alemanes y europeos, Einstein carenó en los Estados Unidos porque era el único país que a pesar de la crisis económica conocida como la Gran Depresión, disponía de trabajo y posibilidades de investigación para todos ellos. Nunca en tan poco tiempo país alguno obtuvo un tesoro intelectual como el que Hitler, por repugnantes motivos raciales, arrojó sobre las costas norteamericanas. Antes de llegar a Estados Unidos Einstein, cuya ciencia en su país era tratada como “charlatanería judía” estaba contratado por el Instituto de Estudios Avanzados de Princeton.
No obstante sus extraordinarios meritos científicos, la recepción de que Einstein fue objeto en los Estados Unidos, se relacionó también con las esperanzas de los líderes de la comunidad hebrea norteamericana de que su presencia y su activismo contribuyeran a que el gobierno estadounidense ampliara las cuotas para la admisión de emigrantes desde Europa y salvar la vida de millones de judíos llevándolos a Norteamérica.
Con esa intención el rabino Stephen Wise, movilizó todas las influencias para propiciar un encuentro del sabio con Roosevelt. Como resultado de aquellas gestiones, Einstein fue invitado a la Casa Blanca, no exactamente por el presidente sino por su mujer Eleonora.
Por otra parte, todo indica que, actuando por su cuenta, Abrahán Flexner director del Instituto de Estudios Avanzados de Princeton que había contratado a Einstein y que había sido instruido para mantener su presencia en un “perfil bajo”, para impedir maniobras políticas antisemitas, declinó la invitación. Enterado del gesto y temiendo que pudiera ser interpretado como un desaire al país que lo acogió, Einstein escribió a la Primera Dama disculpándose por lo cual la invitación le fue reiterada.
En realidad si hizo alguna gestión respecto a la emigración judía a Estados Unidos no tuvo éxito porque el gobierno norteamericano no se sumó a las operaciones de rescate de los judíos hasta 1944 cuando ya poco podía hacerse. En aquel año Roosevelt ordenó que se habilitara a Fort Ontario en Nueva York como puerto libre para la recepción de refugiados pero, debido a que los judíos no tenían como escapar de Europa, la medida tuvo poco efecto.
La verdadera contribución de Einstein a la lucha contra Hitler fue la carta que enviara a Roosevelt el 2 de agosto de 1939 en la cual advertía de los riesgos de que los alemanes hubieran avanzado tanto como Leo Szilárd y Enrico Fermi en el control de la reacción en cadena y con el uranio de las minas de Checoslovaquia pudieran fabricar la bomba atómica. Ante la advertencia el presidente tomó medidas inmediatas desatando el proceso que condujo al proyecto Manhattan y la creación de la bomba en los Estados Unidos.
Debido a que los trabajos del proyecto Manhattan se desarrollaron en el más estricto secreto y porque los participantes carecían de vínculos políticos, no consta que en la época, la Organización Sionista Mundial o la Agencia Judía se interesaran por la labor de los científicos judíos refugiados en los Estados Unidos como tampoco existen evidencias de que alguno de ellos, a partir de 1949 haya contribuido al desarrollo nuclear de Israel.
Por una exquisita paradoja, que ilustra las complejidades de los empeños políticos, los creadores de la bomba atómica, comenzando por Einstein eran pacifistas convencidos y personas que debido a lo avanzado de su pensamiento militaban en corrientes de opinión socialistas (no comunistas), razón por la cual, debido a que Alemania fue derrotada antes de que ellos terminaran la bomba, otra vez encabezados por Einstein, desandaron el camino y exhortaron a Roosevelt a detener los trabajos, consejo que Truman no escuchó.
Estremecida por los horrores de Hiroshima y Nagasaki, en medio de las tensiones y las manipulaciones ideológicas y políticas que caracterizaron la Guerra Fría, la comunidad científica mundial se sumó a los movimientos a favor de la paz, por el desarme y especialmente contra las armas nucleares, influyendo favorablemente en el proceso que en 1968 condujo en a la firma del Tratado de no Proliferación Nuclear, que es el único instrumento internacional de alguna eficacia y que, junto a los acuerdos de las grandes potencias nucleares para limitar las armas atómicas, significan pasos concretos a favor del desarme.
Si bien con acciones políticas coyunturales se conjuran ciertos conflictos y se evita el uso de armas atómicas, se trata de paliativos que no excluyen que en un momento determinado más países puedan acceder al armamento atómico y alguno de ellos ceda a la tentación de utilizarlas, incluso en conflictos regionales. India, China, Pakistán, Corea del Norte e Israel que no tienen capacidad ni intención de desatar un conflicto global, pueden sin embargo arrastrar a la humanidad al exterminio.
Mientras existan bombas atómicas el peligro es perenne y cuantos más países las posean, mayores son los riesgos. Hoy día hacerse con armas nucleares no es un acto de soberanía, no es ejercer un derecho ni reparar una injusticia, sino sumarse a una locura.

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