Jorge Gómez Barata
Porque avanzó mucho o porque se rezagó, en Cuba tienen lugar debates políticos y científicos que difícilmente se encuentren en otros entornos; al menos no con la intensidad y el significado que adquieren en la Isla donde la militancia y la ideología pueden generar reacciones desproporcionadas. Así ocurre con asuntos presuntamente técnicos como las relaciones entre el mercado y la planificación.
Consciente de la existencia de confusiones y prejuicios que en Cuba limitan el debate y que pueden actuar como lastre y disminuir el significado de las reflexiones a que el pueblo y el partido han sido convocados, el presidente Raúl Castro, crítico de la unanimidad ficticia, formal y empobrecedora, llama a asumir la pluralidad y la diversidad como reglas, exhortando también a los encargados de registrar las opiniones vertidas para incorporar los aportes e iniciativas sustantivos. Avances de ese tipo que contribuyan a hacer decisoria y no ceremonial la participación ciudadana y la actividad de las bases, pudieran ser el primer aporte del Congreso.
El mercado, como herramienta de gestión, se desacreditó cuando desde posiciones fundamentalistas primero y luego como parte de la ofensiva neoliberal se exageró el papel de la “mano invisible” enunciada por Adán Smith. Por su parte la planificación perdió prestigio cuando en el socialismo real se integro al autoritarismo y la burocracia convirtiéndose en herramienta para la centralización y verticalización extremas. Una de las tareas del momento, en Cuba, es vencer los prejuicios y los dogmas y poner cada cosa en su sitio, que a mi juicio significa dejar de oponer lo uno a lo otro.
El mercado es a la economía nacional moderna como el metabolismo a los organismos vivos. Entre otros aspectos, el metabolismo interviene en el apetito, equilibra la asimilación con la desasimilación, sintoniza la temperatura corporal con el ambiente, regula los latidos del corazón en función del esfuerzo e intensifica o disminuye a demanda la velocidad de la circulación de la sangre. El premio al equilibrio es una buena salud.
Con el mercado sucede otro tanto porque se atiene a la oferta y la demanda, toma en cuenta y estimula la solvencia de los consumidores, establece cuál es la cantidad de dinero que ha de haber en circulación y desvía los sobrantes hacía las cuentas de ahorro de las personas, los fondos sociales de consumo o las fuentes de acumulación y naturalmente a las fortunas de los magnates.
Si bien se originaron espontáneamente, al superar el primitivismo de los primeros estadios de la vida y del desarrollo social, el metabolismo y el mercado nunca existieron solos ni para sí mismos ni se desplegaron espontáneamente. En el primer caso aparecieron los médicos, dietistas y en un nivel más elevado los genetistas, la ingeniería genética y la biotecnología, hasta que fueron desentrañados los misterios del ADN y fue posible levantar un mapa del genoma humano.
Otro tanto sucedió con el mercado cuando los estados y los gobiernos de Europa, los Estados Unidos y Japón, reaccionaron ante el aviso, entre otros de Carlos Marx, Joseph Proudhon y el papa León XIII acerca de que la desmedida codicia y crueldad de los capitalistas, movidos por el afán de lucro provocaban una respuesta obrera y popular, primero espontanea y luego capitalizada por las vanguardias políticas, que podía hacer estallar aquella sociedad y abrir los caminos al comunismo.
En ese minuto exacto, guiados entre otros por el Manifiesto Comunista, El Capital y la encíclica Rerum novarum, los estados intervinieron para monitorear la mano invisible, regular los mercados y frenar a los capitalistas poniendo limites a su codicia.
Así, aparecieron las doctrinas alternativas al capitalismo, entre ellas el marxismo, la socialdemocracia y la democracia cristiana y, como parte de las conquistas obreras, se lograron legislaciones laborales que paulatinamente prohibieron el trabajo infantil, establecieron la jornada de ocho horas, fijaron salarios mínimos, introdujeron prestaciones sociales y normas de seguridad laboral, se crearon los grandes sistemas de instrucción y salud pública, los servicios comunales y se gravó la actividad de los capitalistas con impuestos, con los cuales se engrosaban fondos sociales y financiaban los gastos del Estado.
En algunos lugares se desarrolló el sector público de la economía y a cuenta de fondos estatales prosperaron servicios públicos y ramas que no resultaban interesantes para la inversión privada como los ferrocarriles, los viales y otros.
Definitivamente, el Estado tomó el mando, sin suprimirla, reguló la competencia, protegió a los pequeños negocios, estableció precios mayoristas, creó normas para la importación y aranceles aduaneros para preservar la industria, la agricultura y toda la economía nacional, fundó la banca emisora y monopolizó la creación del dinero, convirtiéndose en rector no sólo del sistema político sino de la vida social en general, principalmente de la economía: Nunca más los mercados fueron espontáneos.
El arte del liberalismo fue hacer todo aquello al amparo de la democracia, en medio de libertades reales y presuntas, sin autoritarismo o con un autoritarismo camuflado, y sin convertirse en benefactor, no dejar desprotegidas a las mayorías. De ese modo la planificación asumió una función estratégica. Quien crea que el capitalismo no planifica su gestión, está en un error.
El esquema que no funcionó de modo perfecto en ninguna parte, tuvo una relativa eficiencia en algunos lugares y en ciertas épocas como en Europa donde fue favorecido por el desarrollo económico y cultural por procesos políticos asociados a la temprana difusión del socialismo y del marxismo dando lugar a tradiciones obreras y sindicales. Ese mismo modelo tuvo pésimos resultados en América Latina donde fue cooptado por las oligarquías y los imperialismos que no permitieron al credo liberal desplegarse ni siquiera en formatos mínimos.
Aunque pudiera parecer disparatado y hasta suicida, la irracionalidad con que hoy funcionan las sociedades de consumo, principalmente en los Estados Unidos no es a los ojos de las elites rectoras de esas sociedades, incluso de la mayoría de los norteamericanos, un defecto derivado de la falta de planificación, sino todo lo contrario: ese es el plan.
No hay señales indicadoras de que en ninguno de los países desarrollados exista voluntad política para cambiar el estilo de vida; incluso ciertas tendencias no marchan en las direcciones que pudieran parecer más racionales. China por ejemplo se propone ser, a corto plazo: “Una sociedad moderadamente acomodada”.
El mercado y la planificación son herramientas y de lo que se trata es de crear condiciones para utilizarlas eficazmente.
Del mismo modo que para actuar sobre el metabolismo es preciso penetrar en los procesos intracelulares, identificar las combinaciones y reacciones químicas, conocer las enzimas, los catalizadores y las rutas metabólicas; para programar el desarrollo social y regular adecuadamente los roles de los diferentes actores, se requiere el auxilio de la sociología, la economía política, la historia, el análisis de los experimentos fallidos y las ciencias aplicadas a la sociedad.
Sin adecuadas fundamentaciones teóricas y sin metas claras, alcanzables y razonablemente atractivas, será muy difícil avanzar al ritmo y con la eficiencia necesarias. Esas certezas forman parte del aporte de Carlos Marx que no inventó el mercado ni la planificación pero desarrolló la dialéctica y es muy mentado y poco tenido en cuenta.
El camino al Congreso de la vanguardia política cubana recién comienza y todos los cubanos están convocados, excepto los que no quieren el bien del país y se autoexcluyen.
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