domingo, 13 de marzo de 2011

EXCLUSIÓN AEREA: LA OBSESION DE LA OTAN

Jorge Gómez Barata
Las preguntas del momento son: “¿Para qué necesita la OTAN una zona de exclusión aérea sobre Libia y cómo pudiera administrarla?
Será que la Alianza Atlántica teme a la discreta y anticuada fuerza aérea libia y trabaja para llevar a cabo una agresión con total impunidad para, además de librar una guerra de león a mono, hacerlo con el mono amarrado.
¿Será acaso que el flanco europeo de la OTAN sobre el cual recae la responsabilidad de las acciones en el Mediterráneo contra un país del Tercer Mundo, no se siente suficientemente seguro ante la eventualidad de una guerra con Gaddafi que traicionado y sin nada que perder puede tornarse impredecible?
Desaparecida la Unión Soviética y con ella las expectativas de eventuales combates terrestres, la concepción militar de la OTAN basada en la defensa se hizo obsoleta. Para actualizarse las fuerzas armadas de Europa experimentan una metamorfosis (todavía no completada) que las lleva a adoptar una doctrina militar próxima a la norteamericana en la cual predomina la condición de gendarme internacional y el perfil ofensivo.
Obviamente esa reorientación supone no sólo un cambio de conceptos, sino equipamiento, entrenamiento y una experiencia con la cual Europa no cuenta. Los países europeos de la OTAN poseen menos de la tercera parte de los portaaviones de ataque que dispone Estados Unidos y todas las armadas europeas juntas no llegan a la mitad de los buques y submarinos de Estados Unidos, ni hay en Europa nada parecido a la infantería de Marina Norteamericana.
Formar parte de una doctrina militar ofensiva a escala global, supone para Europa desarrollar una capacidad para operar en teatros lejanos, librar varias guerras a la vez y disposición para tomar grandes riesgos; cosa a la que Estados Unidos está habituado pero el Viejo Continente no.
A diferencia de los norteamericanos adoctrinados en la creencia de que están predestinado a un liderazgo mundial, a los ciudadanos europeos, castigados en el pasado por interminables guerras y por la ocupación nazi, les interesa un bledo quién y cómo se gobierna en Libia, Ruanda o Egipto; incluso en algunos países como Alemania la constitución prohíbe a sus fuerzas armada operar en el extranjero. Sin Estados Unidos la OTAN no es un “tigre de papel” aunque tampoco es tan temible como se esfuerza en aparecer.
En esta problemática existe un fondo histórico. Después de dos siglos de lucha, Europa perdió las Cruzadas, fue derrotada por Saladino y no pudo preservar el Reino Latino de Jerusalén y para acabar con los piratas bereberes tuvo que llamar a la armada norteamericana que bombardeó Trípoli y ocupó Argel. España, humillada por Estados Unidos en 1898 olvidó ya la última vez que ganó una guerra e Italia las ha perdido todas.
Alemania, la mayor y más agresiva potencia europea que arrastró al mundo a dos guerras mundiales ha sido derrotada en las dos ocasiones e Inglaterra hace siglo y medio que dejó de ser la reina de los mares. La experiencia italiana en Libia y Abisinia debe erizar los pelos a Berlusconi y Sarkozy deberá recordar que Francia no pudo con el Vietminh y que ni siquiera matando a un millón de argelinos logró impedir la independencia.
Es probable que el hecho de que Obama le haya pasado el petate a la OTAN y que sea en Bruselas y no en Washington donde se tomen las decisiones, se relacione con la idea de poner a prueba, no sólo la capacidad militar, sino la determinación política de sus socios. Ante el Congreso, Hillary Clinton sugirió que tal vez América no esté dispuesta a correr el riesgo de que Libia se convierta en otra Corea.
Si bien el desarrollo económico, las armas y las tecnologías militares de última generación contribuyen a ganar las guerras; eso no lo es todo. Desde épocas de Clauzewitz y Napoleón se sabe que la planificación de las acciones combativas y el establecimiento de las correlaciones de fuerza no son simples cálculos aritméticos, sino complicados procesos que incluyen factores morales como son las motivaciones y la determinación de los jefes, los combatientes y la población.
No sería extraño que ante una invasión extranjera los libios cerraran filas, aplazaran el ajuste de cuentas devolviendo vigencia a Gaddafi y que la población europea no apoye a sus gobernantes algunos de los cuales pueden perder más que el ex líder libio.
Las regulaciones para el tráfico aéreo se dictan por los estados como expresión de soberanía sobre el territorio nacional. Al pretender regular el espacio aéreo libio, la OTAN usurpa atribuciones de aquel Estado. Con o sin el apoyo de la ONU o la Liga Árabe, la imposición de una “zona de exclusión de vuelo” sobre Libia es un acto de guerra con el cual la intervención extranjera puede considerarse consumada.
Estados Unidos, sumamente comprometido en Irak y Afganistán, enredado en una peligrosa situación en la península coreana y en un diferendo importante con Irán, tiene una percepción del riesgo estratégico mejor elaborado que sus socios europeos que durante los cuarenta años que duró la Guerra Fría permanecieron bajo el paraguas nuclear norteamericano y tal crean que esta vez, Estados Unidos asumirá los riesgos mientras ellos enviaran algunos batallones, aviones y fragatas.
El diseño de la OTAN no parece convencer a Clinton y Obama que son imperialistas, no tontos y pueden aprovechar la ocasión para esclarecer que Europa es su aliada y la OTAN su instrumento, no al revés. Allá nos vemos.

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