Escrito por Jorge Gomez Barata
Ultimar a Bin Laden del modo como lo fue no aporta resultados conclusivos a la lucha contra el terrorismo. Criaturas así no surgen porque la humanidad sea intrínsecamente perversa sino por razones sociales, económicas, ideológicas e incluso circunstanciales. La buena noticia es que en la medida en que exista voluntad política, el mal es curable.
El mundo sería mejor y más seguro si tampoco existieran los otros, aquellos que en lugar de en la frustración y el fanatismo, justifican sus actos terroristas en empeños políticos, piden “licencia para matar”, se amparan en razones de Estado o creen que para defender a Estados Unidos tienen que “atacar en 60 o más rincones oscuros”. El mundo sería preferible sin comandos letales como el que operó en Pakistán ni lugares donde criminales de semejante ralea puedan ocultarse con impunidad y pretender vivir como burgueses jubilados.
Osama Bin Laden y el 11/S formaron parte de la tormenta perfecta para difundir la idea de que el terrorismo es de matriz islámica cuando en realidad, desde hace 20 siglos, los árabes han sido yunque y no martillo. Manipulado, el trágico evento se asoció con otros fenómenos políticos y sirvió como justificación para la Cruzada emprendida por Bush, que esta vez no procuraba incurrir en la paradoja de “liberar” a Jerusalén de los jerosolimitanos, sino para apoderarse del petróleo y asegurar la hegemonía sobre el Medio Oriente. Irak y Afganistán fueron los primeros capítulos, Libia, Siria, Argelia, Irán y los países del golfo serán otros; cada cosa a su tiempo.
El desconcierto, asociado también a la desaparición de la Unión Soviética y la llegada de la unipolaridad, abarcó incluso a quienes desde la izquierda, asociaron ciertos elementos de la legítima violencia revolucionaria con prácticas terroristas, afirmando incluso que la pobreza podía ser la causa del terrorismo. De ser así los terroristas serían mendigos de Haití, campesinos bolivianos, montañeses de Albania y no retoños de la burguesía o la clase media de Arabia Saudita o Kuwait.
Quienes fraguaron y ejecutaron los atentados del 11/S y la oleada sucesiva, eran personas ricas y de clase media, capacitados para manipular explosivos y tecnologías avanzadas, dominar idiomas, viajar y vivir en Europa y Estados Unidos con pasaportes e identidades falsas, burlar servicios secretos, aprender a pilotar aeronaves y realizar perfectas e imaginativas operaciones, entre ellas la de convertir aviones de pasajeros en misiles y atacar el corazón de Manhattan. Los pobres no saben ni pueden hacer nada de eso. Para ser terrorista es preciso odiar con una intensidad que las personas humildes no conocen.
Más allá de su nefasto papel en el terrorismo internacional, lo más negativo en la ejecutoria de Bin Laden fue la confusión que introdujo en las filas de los luchadores contra la dominación y la hegemonía imperialista, principalmente entre la juventud árabe. Con el aval de haber confrontado la presencia soviética en Afganistán y luego volver sus armas contra Estados Unidos, la propaganda comenzó a forjarle una imagen de luchador por la yihad y las causas populares, cosa que no fue.
Formado al amparo norteamericano y resultado de una compleja coyuntura, Osama Bin Laden era lo que nadie necesitaba: para los luchadores por causas legítimas un paradigma equivocado, para el islam un exponente funesto, para los jóvenes un ejemplo nefasto y para Estados Unidos un adversario temible, no por sus posiciones políticas, sino por sus métodos, sus habilidades, su ascendencia entre elementos radicales y su falta de escrúpulos.
Entre sectores políticamente inmaduros, principalmente jóvenes, la confrontación del terrorismo con Estados Unidos, que obedece a razones que pueden ser explicadas aunque no justificadas, alimentó ideas éticamente insostenibles como que: “El fin justifica los medios” o “El enemigo de mis enemigos es mi amigo”. Como bien lo hizo durante la lucha revolucionaria en Cuba y lo sostuvo durante 50 años, Fidel Castro deslindó perfectamente la lucha armada revolucionaria, históricamente justificada y el terrorismo repudiable en cualquiera de sus formas.
Eso explica la posición asumida por Cuba el 11/S que, sin ceder un ápice en los puntos de vista respecto al imperialismo norteamericano, cuando todavía ardían las Torres Gemelas, repudió el atentado y ofreció cualquier tipo de ayuda, incluyendo abrir el espacio aéreo de la Isla a decenas de aviones con destino a Estados Unidos que carecían de sitios seguros donde aterrizar.
Haber sido ultimado en circunstancias censurables por fuerzas norteamericanas, no puede conducir a nuevos equívocos respecto al terrorismo y sus representantes; tampoco tiene sentido poner en duda la identidad del muerto cosa que, de hecho, alimenta la idea de una presencia simbólica.
Recuerdo que dejándome llevar por la curiosidad, coleccioné algunos datos que ponían en duda la muerte de Hitler. Se dijo por ejemplo que poco después de un mes de la toma de Berlín, durante la Conferencia de Potsdam, el presidente norteamericano Harry Truman preguntó a Stalin si Hitler estaban muerto a lo que el líder soviético respondió: “No”. También se dijo que durante una recepción asociada a aquel evento, el ex secretario de Estado norteamericano James Byrnes interrogó al gobernante soviético: “Mariscal, ¿cuál es su teoría sobre la muerte de Hitler?” “Él no está muerto. Puede haber escapado hacia España o Argentina", replico Stalin.
También en 1945 el Mariscal soviético Zhukov que dirigió la toma y ocupación de Berlín declaró: “Nosotros no hemos encontrado un cuerpo que pueda ser el de Hitler…” y en 1956 Dwight Eisenhower, que había sido el Comandante Aliado en Europa informó: “No tenemos ni pizca de evidencia sobre la muerte de Hitler…” El coronel W.J. Heimlich, ex jefe de la inteligencia de EE.UU. en Berlín a cargo de la investigación sobre la muerte de Hitler en su reporte final escribió: "No hay evidencia incontrovertible para sostener la teoría del suicidio de Hitler…”
En un museo de Berlín comenté tales dudas con un veterano que fue concluyente: “Olvide esas especulaciones. Le garantizo que muerto o no, Hitler no volverá a aparecer en Alemania ni en ninguna otra parte; fue individual e históricamente derrotado. El fascismo es otra cosa y puede resurgir. Ayude a probar que es una aberración a la que es preciso combatir y liquidar y cuando se haya logrado, olvídelo…”
Años después, cuando ya existían las pruebas de ADN me enteré de que las autoridades rusas habían desclasificado cierto material genético, incluyendo el fragmento de un cráneo que se dijo era el de Hitler. No me interesó el asunto. Como el viejo y sabio militante alemán me aconsejó cerré el capítulo de las dudas sobre Hitler y me concentré en los peligros del fascismo. También lo hago ahora. Bin Laden está muerto, el terrorismo no. Primero lo primero. Allá nos vemos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario