lunes, 25 de octubre de 2010

EUROPA: EL TIEMPO QUE NO PASÓ

Jorge Gómez Barata

La forma espontanea, descoordinada, sin ideas ni metas claras como se libran las batallas obreras en la Europa actual, en la cual todo es global menos la estrategia y la táctica del movimiento obrero, hace pensar en una paradoja: 143 años atrás los obreros europeos tuvieron la Primera Internacional, una organización a escala continental encabezada nada menos que por Carlos Marx, Joseph Proudhon, Eduard Berstein, Mijaíl Bakunin y otras lumbreras.
En medio de enormes tensiones sociales, hace alrededor de 150 años, cuando en Europa la ideología liberal y el capitalismo salvaje se convirtieron en dominantes, propiciando una implacable explotación del trabajo asalariado, se gestó una lucha de masas protagonizada por la clase obrera y la intelectualidad avanzada a escala de todo el continente. Entonces los trabajadores contaban eficaces vanguardias nacionales que percibieron lo que había de común en las luchas obreras. No hay que ser un militante marxista para admitir que: “Proletarios del Mundo Uníos” es un lema magnifico.
Aquella época fundacional fue también de génesis del pensamiento social y político alternativo al capitalismo, que dio origen a la izquierda socialista. Entonces el movimiento obrero comenzó a definir perfiles y adquirir una estructura orgánica específica y, al amparo de avanzadas teorías sociales, se formaron los partidos obreros y las organizaciones sindicales, que levantaron importantes consignas y obtuvieron conquistas todavía hoy relevantes. La jornada de ocho horas es una de ellas.
Entre aquellas primeras organizaciones figuraron la Liga de los Comunistas cuyo Manifiesto, escrito en 1848, fue el más importante documento de propaganda política de la época, que preparó el camino a la Organización Internacional de Trabajadores, conocida también como Primera Internacional (1864), liderada por Carlos Marx quien redactó sus estatutos y el discurso inaugural.
A tenor de ideas avanzadas como las de Carlos Marx, Joseph Proudhon, Karl Kautsky, Eduard Berstein, Mijaíl Bakunin, Jean Jaurés, Ferdinad Lassalle, Georgi Plejanov, y más tarde Rosa Luxemburgo, Lenin y otros muchos, entre los círculos de emigrados de toda Europa asentados en Bruselas, Zúrich, París y Londres, surgieron los primeros partidos obreros y las primeras organizaciones sindicales nacionales e internacionales, todas de matriz socialista. Las excepciones de entonces fueron Estados Unidos e Inglaterra.
Entre 1860 y 1900 fueron fundados partidos obreros socialdemócratas, socialistas y socialcristianos en Alemania, España, Noruega, Bélgica, Austria, Suecia, Hungría, Polonia, Bulgaria, Rumania, Holanda y Rusia. En 1900 se fundó el Partido Laborista de Gran Bretaña. Por la misma época, en esos y otros países nacieron las primeras organizaciones sindicales.
De esa misma época datan los primeros e intensos debates en torno a la pertinencia de la lucha de clases y el esclarecimiento de las diferencias entre las luchas sindicales y las confrontaciones de carácter político; así como la concertación de la táctica y la estrategia en ambos terrenos. El comunismo, la socialdemocracia y el movimiento socialcristiano, todos de matriz marxista dieron a la lucha de masas el componente ideológico y la coherencia orgánica que la hace eficaz. Hace más de 100 años se esclareció algo que parece olvidado en la Europa de hoy: “Sin teoría revolucionaria no hay movimiento revolucionario”.
Aun cuando contribuyó al triunfo de los bolcheviques en Rusia (1917) la Primera Guerra Mundial introdujo la división en las filas del movimiento obrero y la socialdemocracia, condujo al fracaso de la II Internacional y perjudicó considerablemente el desarrollo de las organizaciones socialistas, socialdemócratas y comunistas que ya entonces existían en todos los países del Viejo Continente.
Los costos humanos de la II Guerra Mundial y la represión que acompañó a la ocupación nazi diezmaron hasta casi exterminar a las fuerzas políticas avanzadas europeas que no estuvieron en condiciones de capitalizar la victoria. De ese modo la constitución de los estados de bienestar, un proyecto socialista, fue realizado por la burguesía, que así confrontó en su terreno al socialismo de matriz marxista implantado y desnaturalizado en la Unión Soviética y los países de Europa del Este.
Aquellos polvos trajeron otros lodos. En la Europa Occidental de postguerra la restauración de la democracia y la prosperidad económica no pudieron ser aprovechadas para el desarrollo de ideas y fuerzas políticas avanzadas ni para el fomento de organizaciones sindicales eficaces. De impedirlo se encargó la Guerra Fría, el anticomunismo cavernícola, la intensa labor ideológica del imperialismo y los enormes errores cometidos en la Unión Soviética y los países del socialismo real.
Lo que ocurre actualmente es que el auge neoliberal, la derechización política y la quiebra del modelo de los estados de bienestar que, sin importar quien lo realizara, fueron conquistas auténticamente socialistas, encuentran a la clase obrera europea sin fuerzas, organizaciones ni liderazgo suficientemente solventes como para encabezar las batallas del momento.
150 años atrás Europea estaba tecnológicamente menos desarrollada, había menos consumo y menos lujo, nadie podía ganar 50 millones de euros por patear un balón ni pagaba 100 por ver hacerlo, pero entonces el Viejo Continente estaba mejor preparado que hoy para la lucha sindical y política. Afortunadamente, la historia no ha terminado ni terminara con la derrota de los trabajadores. Allá nos vemos.

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